Por qué elijo a la Pintura

 



                   Hace más de diez años comencé a escribir este blog y desde entonces mi compromiso con el arte -con mi arte- fue inclaudicable. Sin embargo, en aquel tiempo, en donde las redes sociales tenían apenas un ápice de la despótica y aterradora influencia que hoy en día tienen, razón por la cual uno podía escribir con una sensación de amistosa libertad, ajeno completamente a la mirada de los demás, yo sentía que este blog ocupada un papel importante en mi vida artística. Quizá porque en ese entonces no existía la desmesurada creencia de que todos somos capaces de criticar y entender lo que vemos y leemos (enhorabuena para ciertos aspectos de la denuncia social en donde dichas plataformas se transformaron en una potente y viral vociferación de aquellos que supieron tener el coraje para denunciar aberrantes formas de abuso), fuera de esto, cualquier palabra o idea que uno pueda esgrimir, será presa de la incontrolable enfermedad que nos asecha, la de tener que opinar, comentar, aprobar o desaprobar todo lo que aquí se exponga, de la manera que sea y, sobretodo, con una perversa necesidad de dosificar nuestros pesares criticando la vida de los demás. 

          Con la perspectiva que dan los años y la madurez, leo aquellos textos primeros y me digo a mi mismo que era mucho mas corajudo o al menos mas fresco con mis propias ideas y mis palabras, de lo que soy ahora. La opinión ajena me importaba muy poco, pero como dije, tampoco había lugar a la opinión ajena. No quiero decir con esto que hoy en día me interese lo que otros opinan; tanto hoy como ayer no estoy supeditado a ninguna opinión ajena, sea esta cual fuere y provenga de donde provenga; la muestra de ello es la cantidad de malas decisiones que he tomando en mi vida por no haber escuchado lo que tenían para decirme. Pero mas allá de todo, fui perdiendo el deseo de armar barullo por hacer o decir algo que genere, cuando menos, cierta controversia. Preferí el silencio a la disidencia, aunque ciertas veces el silencio no sea conveniente. 

      Pero la reapertura de este blog trajo consigo una renovada sensación de compromiso con lo que tengo ganas de decir y escribir. De manera que intentaré, si el lector me lo permite, hacerlo como entonces, con los impulsos emocionales corridos de su eje, con riesgo, y con el único compromiso que realmente me interesa a la hora de crear algo, sea inmenso o minúsculo; el compromiso con la libertad. Puesto en claro ciertos aspectos me dispongo a escribir sobre lo que realmente quería escribir; la pintura. 

       La primera vez que entré a un museo tenía al rededor de 14 o 15 años. Cuando digo entré no me refiero al hecho de cruzar el umbral de la puerta de un edificio ya en el marco de una excursión escolar o en un paseo familiar, sino al hecho voluntario de querer hacerlo, con el solo fin de descubrir la maravilla a la que nos eleva el arte plástico. Escoltado por mi gran amigo, el Dr Esteban Benedetti, algunos años mayor que yo, fuimos al Museo Nacional de Bellas Artes, un martes cualquiera de cualquier mes. Ese fue para mi el comienzo de una relación de amor que atraviesa mi vida y que hoy más que entonces tiene una radical importancia en mi manera de vivir y expresarme. Sin haber tenido una formación académica, siempre pinté. Con largos períodos de abandono y sin ninguna finalidad aparente, pero siempre pinté. En la escuela primaria era parte de los pocos privilegiados que salíamos del aula en hora de clase para ir a pintar la escenografía de algún acto, y fue de aquella maestra de plástica de la cual aprendí quizá los únicos aspectos de luz y sombra que hoy en día sigo utilizando, y que fueron mi único contacto directo con la técnica propiamente dicha. Por lo demás, todo me llegó indirectamente a través de la lectura y por supuesto a través de la observación, materia primera a la hora de pintar. El disfrute de visitar incansablemente museos y galerías de arte y estar en contacto estrecho con los sucesos pictóricos, tanto de Argentina como del resto del mundo, me formaron, de alguna manera, para que hoy yo mismo pueda autoproclamarme pintor. 

     Uno de mis pintores favoritos, Francis Bacon, también de formación no académica, dijo alguna vez, cuando le preguntaron sobre cuál era su secreto para haber logrado una obra tan inmensa sin jamás haber pisado una escuela de arte ni haber estudiado nada al respecto, respondió que la pintura es una cuestión de prueba y error; pintar, pintar y pintar, para que de cincuenta intentos salga algo grande sino valioso. Hace poco más de un año que dispuse todo mi energía en ello. Pintar, pintar y pintar. Y si bien, como alguna vez escuché de Sábato, un pintor necesita al menos diez años de ejercicio continuado para lograr algo interesante, creo que al menos, mi larga relación con este arte, me da la esperanza de poder llegar a ciertas metas.

      Mi agotada relación con la música, de la cual ya di todos los detalles en su momento, sumada a la débil escena musical de todo lo surgido en este tiempo, dejaron huérfanas mis emociones e impulsado por esta orfandad, monté mi taller en Parque Patricios y desde aquí comencé, ininterrumpidamente, a diseñar un nuevo presente, análogo al anterior en las convicciones y en la vocación, pero mucho más solitario, apacible y bohemio. 

   Lo hermoso de la pintura es esta gran posibilidad de descubrirse a uno mismo, ya no a través de la razón ni del ego, ni las falsas necesidades creativas, sino sobre los argumentos que a mi siempre me parecieron los más valiosos; los del corazón. 









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